La pérdida de un ser querido es un momento difícil de afrontar y en esta situación de distancia social se nos aún hace más duro y complicado de enfrentar a nivel emocional pues a la tristeza por la pena se une la rabia por la injusticia de no poder despedirlo como se merece, la culpabilidad propia y/o ajena, la impotencia…… Todas estas emociones van a interferir de forma negativa en esas tareas a emprender para afrontar una nueva vida sin el ser querido que hemos perdido.
Me gusta pensar que la muerte sólo es la parte final de algo maravilloso que es la vida. Si lo comparamos la muerte es una parte muy pequeña frente a la vida. Esa persona que he perdido es un regalo que la vida me dio, un regalo estupendo y maravilloso que me acompañó durante muchos momentos. Cuando llega el final trato de poner mi atención en ese regalo que viví y compartí e intento hacer prevalecer los años vividos frente a las semanas o días finales de su enfermedad, de su pérdida. Ver ese regalo que viví, disfruté y compartí me ayuda a enfrentar esa tarea de recolocarlo en mi nueva vida.
Esa tarea de recolocar es importante pues ayuda a cambiar la idea de pérdida por la idea de cambio de lugar. Ante las pérdidas de seres queridos que he vivido me ha ayudado mucho el imaginarme a mi misma como un árbol. Un árbol con flores y frutos maravillosos que vienen y se van, que caen al suelo cuando llega su momento y que una vez en el suelo alimentan una parte de mi que siempre me acompaña y nunca desaparece; alimenta mis raíces. Ese ser querido que hoy no está era un fruto o una flor maravillosa que estuvo en mi árbol y que hoy ha pasado a formar parte de mis raíces. Ese ser querido está ayudando a que mis raíces crezcan más, se hagan más fuertes. Ese ser querido está pasando a formar parte de mi esencia y siempre me acompañará pues las raíces siempre están conmigo, son mi sostén, mi alimento y m i apoyo. Al igual que no puedo ver las raíces del árbol, no podré ver a ese ser querido pero sabré que está ahí conmigo siempre.